Letras

Dicen que cuando algo pasa en tu vida, cuando algo es tan importante en ella como para hacer temblar sus cimientos, las sonrisas y las lágrimas afloran a partes iguales. Al menos, eso pienso yo.

Llevo meses sintiéndome culpable. Con esa culpabilidad que solo ataca al curioso al callar sus preguntas. Con esa culpabilidad que solo afecta a quien tiene algo que contar, algo que enseñar, algo que mostrar... Y no lo hace. Llevo meses así. Notando mi falta de fuerza al enlazar dos palabras seguidas, mas queriendo hacerlo pues eso me llena de vida al romper la triste rutina. Pero... ¿Qué hacer cuando los pensamientos son los monótonos?  ¿Cómo actuar ante el caos de mi cabeza? ¿De qué forma resolver esa encrucijada que me robaba el aire? Pues las letras pervivían ahí, en el último pensamiento antes de dormir, en el primero al despertar. Más de un día me he sentado frente al ordenador, notando el picor en mis ojos ante la falta de orden y ánimo. Notando un pequeño puchero, similar al de un crío, al no saber qué era aquello que me oprimía. Y yo misma, al escribir las primeras lineas, era el dictador que censura lo escrito. Inconformismo.  Esa era la puntilla que terminaba de destruir la poca creatividad que me acompañaba.

Sin saber bien por qué, al refugiarme en el calor de un buen libro, aun la culpabilidad era mayor. A cada nueva oración, a cada reflexión profunda, a cada palabra de amor... más desvalida me sentía.
Se puede llamar tontería. Imbecilidad, también. Pero al convivir con algo, al ilusionarte sobre manera ante la compañía de un arte... Duele ver como la inspiración se va marchando poco a poco hasta dejarte vacía.

No es rellenar una hoja en blanco. Es hacer pensar. Dar tu opinión. Criticar. Llorar. Reir. Gritar que algo no te gusta. O que simplemente te encanta.

Y eso intento. Aunque quizás hoy no haya sacado nada en claro. Aunque a veces mis escritos terminen en un lugar de una libreta guardada en un frío cajón, al igual que aquel arpa situada en el ángulo oscuro del salón (olvidada tal vez por su dueña).

Hoy simplemente necesitaba desahogarme. Llorar un poco para reír después. Pero no era lugar para contar penas. No es lugar para hacer llorar. Para narrar cómo una nueva ilusión y desilusión, se ha cruzado en mi camino. Mas, con los ojos inundados de lágrimas y mil dudas a mi alrededor, pienso que... ese era el empujón que necesitaba, ese puntapié que me hacía tanta falta, para volver a sentir la necesidad de escribir sin tapujo, ni falta de aliento.

1 comentarios:

Víctor { 12 de noviembre de 2012, 16:52 }
Estupendo, Rocío. Describes una sensación que todo el que escribe ha sentido alguna vez, si no muchas, y con ello espantas el miedo a la hoja en blanco. No lo dejes, sabes escribir.

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